ALEMANIA NO ES UN PUEBLO FANTASMA

Por: María Paula Zacharías

Se dice que Alemanía es un pueblo fantasma. La Secretaría de Turismo local cuenta que en ese caserío abandonado al pie del cerro Quitilipi, en Valle de Lerma, sólo vive un viejo en una antigua estación de tren abandonada. Hasta le inventan perros al hombre, como única compañía.

Desde lo alto de la ruta 68, en el kilómetro 81, se ven la estación, los galpones y alguna casa. Se ve, debajo de un puente, cómo se mezcla el agua salada del río Calchaquí con el caudal dulce del río Las Juntas. También confluyen historias sobre el origen de Alemanía. Hay registros de que en 1635 había ahí una estancia con ese nombre. También se habla de unos supuestos aborígenes alemaníes, y otros atribuyen el nombre a la nacionalidad del ingeniero que llevó hasta allá las vías del tren que tanta vida dio a ese pueblo.

Porque en 1916 Alemanía fue punta de riel del ramal C-13. Había almacenes, fondas, hoteles, delegación policial, correo y enormes galpones donde se guardaban kilos y kilos de encomiendas que bajaban de los vagones en carretilla. Vivían 200 personas, y los trabajadores golondrina colmaban las calles y dormían en las estaciones con los cambios de temporada. "Eran peleadores. Machados se mataban entre sí", recuerda a los bebedores peregrinos Pancho Maidana, de 88 años, entonces policía en Alemanía.

El 1º de agosto de 1971 dejó de pasar el tren. Y la gente se fue. En algún momento habrá vivido un hombre solo, con sus perros, en la estación de tren. La maleza avanzó sobre las pocas edificaciones que quedaron en pie. "Había gente antes. Ahora no hay nadie, ¿no?", pregunta Maidana, que recuerda a Alemanía en su esplendor.

Pero la realidad no es tan desoladora: hay 14 familias establecidas. Los hippies –nómadas artesanos generalmente porteños– llegan y se van. Otros se quedan, como un músico que se afincó en una casa a la entrada del pueblo. Palacio, un viejo poblador, persiste. De a poco, empiezan a asomarse los turistas.

Carlos Cari nació en Alemanía hace 53 años y sigue viviendo en la misma cuadra. Es la única edificada del pueblo, en la que estaban el hotel, el almacén y la fonda, donde de joven fue mozo y lavacopas. Es el único habitante de la única cuadra, y vive solo. A veces lo visitan alguno de sus siete hijos, alguna novia. Trabaja en fincas cuando hay trabajo. Es talabartero y tiene clientes que viajan horas para comprar sus cinchas, aperos y lazos. "Vivo tranquilo", asegura. Lo acompaña Jorge, su perro, que lleva el nombre de un amigo. Y un montón de casas vacías.

En 1993 la Nación cedió a las provincias las estaciones de tren. El intendente de Guachipas, Enrique Cari (todos son parientes), hizo desmalezar Alemanía, reconstruyó la estación y la convirtió en un local de artesanías. "Sin luz no hay vida", dice, y prevé para principios de 2006 las obras de electrificación para las 14 familias que él cuenta. Quiere poner sobre rieles un coche comedor y otro dormitorio para que vayan los turistas. "A dos horas de caminata hay una cascada", se entusiasma.

Siempre hubo más de uno

"Este no es un pueblo abandonadito, que dicen. Nunca llegó a haber un solo habitante", desmiente Luisa Nélida Carabajal, desde hace 20 años maestra de la Escuela Nacional N° 256, donde asisten 41 chicos. Llegan desde los cerros y se quedan toda la semana. Antes funcionaba ahí un televisor, alimentado con luz solar. "Lograba que la gente compartiera un momento con los chicos, formara una comunidad. La gente está muy dividida, no tienen cosas en común", cuenta. Pero desde hace unos meses no llega la señal y el pueblo ya no se reúne ni para eso. "Acá no andan los celulares ni hay teléfono. Nuestra comunicación con el exterior son la radio y un colectivo que pasa una vez al día", se queja.

Los Acosta llegaron con sus cinco hijos a vivir en la estación, donde Hugo, el padre de la prole, vende artesanías. Es porteño, pero hace 18 años vive en Salta, casado con la salteña Gloria Moya. Sus esculturas se venden bien y sus hijos aprenden el oficio. Armó una biblioteca pública en un estante con libros propios y ajenos. "Se está poblando Alemanía", dice. Sus hermanos y sobrinos fueron llegando y hoy son un familión que practica yoga en las vías. Son los hippies de los que hablan a media voz los antiguos pobladores.

Una canción del Dúo Salteño se queja de que "nadie despide a nadie en los andenes" en el "remoto tren de Alemanía". Es verdad. Pero que nadie diga que es un pueblo fantasma. Al menos por ahora.


Nota publicada el lunes 21 de noviembre de 2005 en el Diario La Nación


Fotos: María Paula Zacharías

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